domingo, 19 de octubre de 2014

Sirios en un rincón del sur

Uruguay recibió con los brazos abiertos a las cinco familias sirias que llegaron huyendo de la guerra civil pero está por verse qué tan fácilmente se adaptarán a la cultura local. Hay razones para el optimismo




Desde que llegaron las cinco familias sirias a Uruguay, el 10 de octubre, una preocupación de sus anfitriones, del gobierno y de la opinión pública en general es qué tanto se adaptarán a Uruguay. Son 42 personas que no hablan español ni algún idioma remotamente parecido y no conocen el alfabeto. Sus tradiciones, su religión y su cultura son otras. 

En Uruguay, además, no hay una comunidad siria propiamente dicha con la cual atenuar la llegada. Casi no hay musulmanes en el país. En Montevideo sí hay una colectividad de origen libanés, que en su momento eran sirio-libaneses. Hablan árabe y vienen de la misma región del mundo pero son cristianos. Sus descendientes se adaptaron a las costumbres locales de tal manera que no hay rasgos que los separen, salvo alguna costumbre culinaria y la sonoridad de los apellidos árabes.

Los sirios que llegaron hace 10 días y los que se espera que lleguen en unos meses, vienen de zonas desérticas o rodeadas de desiertos y estaban cercados por la intolerancia y la guerra.
La diferencia con la tierra a la que llegan es tan clara, que es un gran incentivo para adaptarse, pero ¿qué tan distintas son las realidades culturales?

El ejemplo de Alí

Hay alguien capaz de responder con propiedad la pregunta. Se trata de Alí Ahmad, nacido en Alepo, una ciudad siria con 3.800 años de historia. A los 22 años decidió probar suerte en Uruguay y se quedó. Ahmad dice que con un poco de voluntad es muy fácil adaptarse a este país de gente amable y cultura de tolerancia.

“Uruguay es un país divino. Si vos te acostumbrás a Uruguay, no podés dejarlo. Si vivís en Uruguay y te acostumbrás a la gente, es lo mejor que te puede pasar. En Salto, donde vivía, todo el mundo me decía: “Alí, turco, ¿cómo andás?”. Todo el mundo riendo”, dice.

La aventura uruguaya empezó cuando Ahmad hacía el servicio militar en el Líbano, como parte de las fuerzas de paz sirias instaladas después de la guerra civil (1975-1990). Estuvo tres años en el servicio y ahí conoció a un libanés que tenía familia en Uruguay y se decidió a emigrar. Él es el segundo de siete hermanos, en una familia sunita de posición económica holgada. Estuvieron de acuerdo con su viaje y lo apoyaron. Era 1993.

“Era lejos y yo no sabía lo que era. Yo fui buscando aventura. América. Salir del país. Esa era la idea mía, quería salir. Era un régimen de partido único. Yo quería libertad. Allá todos los jóvenes quieren eso”. 

Llegó a Salto, donde hizo “un montón de negocios”. Trabajó en faena de animales, aunque también tuvo peluquería, un restaurante de cocina árabe y terminó en compra-venta de inmuebles. “Trabajaba todo el día. Dormía dos o tres horas. Aguantaba, tenía veintipocos años”, recuerda.

Le fue bien. “Yo soy comerciante, comerciante. Yo compraba y vendía casas. Y claro, cuando la cosa estaba barata, compraba, y después vendía”. En 2002 se estableció en Montevideo y siguió con la compra-venta de inmuebles. Puso un estacionamiento y también el Centro Islámico.

En 2001 volvió a Siria y su familia le explicó el abecé de su propia cultura. “No es solo trabajar, también hay que crear una familia numerosa”. Le presentaron a una mujer. Ahmad volvió a Siria en 2005, se casó con ella y regresaron a Uruguay. “Las mujeres allá son distintas, son más caseras”. Ahora tienen cuatro hijos.

La vida en Uruguay les sonríe: “Si vos no andás en cosas raras, acá la gente es todo bien. Si vos andás derecho, está todo bien. Felizmente, hasta ahora, nunca tuve ningún problema con nadie. Siempre derecho, siempre con la verdad, siempre así por el camino. Prefiero perder yo que estar mal con la gente. Es mi costumbre. Siempre quiero estar bien. No quiero entrar en conflicto con nadie”.

Ahmad se adaptó muy bien. Tiene amigos uruguayos, socios uruguayos y es querido y respetado. Lo difícil para él es adaptarse a Siria, cada vez que vuelve. “Cuando te acostumbrás a vivir acá, volver es difícil. Yo fui en 2001 a Siria y, te digo de corazón, iba por tres meses y a los 10 días me quería ir. Dije: “Madre, me voy. ¿Por qué? Porque extraño, me tengo que volver”, narra Ahmad.
En gran parte, la incomodidad tenía que ver con el protocolo entre hombres y mujeres. “Cando fui a Siria, mi prima… yo me equivoqué y le acerqué la cara para darle un beso y ella se retiró. Y a mí me chocó, me chocó tanto. Yo quería saludar a mi prima y le fui a dar un beso en la cara y se tiró para atrás. Es costumbre. Yo me olvidé. Por eso no aguanté”.

Lo que no extrañó en Siria fue el mate, porque “tenés que saberlo: en Siria se toma mate. Es el vaso de vidrio, no es esta calidad”, dice y señala su mate, sobre la mesa de la oficina del Centro Islámico, un mate de verdad.

En cuanto a la educación de sus hijos, Ahmad dice que aprenderán los valores que él aprendió en Alepo, pero que son uruguayos y cuando sean mayores decidirán por sí mismos: “Yo les voy dar la educación mía y no voy a olvidar pero quiero ser razonable. Nosotros decidimos vivir acá y aceptamos la vida de acá”.

El Islam

El Centro Islámico, de Ejido y Soriano tiene un doble propósito: ser un lugar de oración y de encuentro para los árabes que viven o que llegan a Montevideo y “mostrar quiénes somos, de dónde venimos, qué significa ser musulmán. Si alguien quiere conocer, leer, acá hay material a disposición”.

Ahmad considera necesario explicar que lo suyo no tiene nada que ver con política: “Me han llamado a ver qué te parece, Alí, tal cosa, qué te parece tal otra. Yo no soy político ni lo quiero ser. Soy una persona común y corriente. El Islam tiene que ver con mi vida cotidiana, porque soy musulmán. N o quiero dañar a nadie. Hago negocios y los hago derecho. Lo mío es mío y lo tuyo es tuyo. Mi palabra es mi palabra. No cambia”, explica.

Ahmad también da consejo espiritual y explica que su manera de seguir los preceptos del Islam tiene que ver con sus circunstancias: “Somos moderados, musulmanes de Occidente. Somos más abiertos”.

Ahmad considera que el presidente José Mujica hizo algo muy bueno. “Él tiene principios, luchó toda la vida por sus principios. Él quiere ayudar. Porque él sabe que hoy en día, un país en guerra es Siria: es la peor guerra del mundo. Trajo algunas familias: Uruguay es un país chico, pero es un ejemplo, a ver si otros países hacen algo parecido”. Según el sirio, estos compatriotas suyos tuvieron mucha suerte. Para el pueblo uruguayo es una cosa nueva pero les está dando una mano. Yo traje una familia con ocho hijos. Tuvieron suerte, también. Pusimos un cartel afuera y la gente viene y trae ropa que no usan y compran pañales y los traen”.

Según Ahmad es perfectamente posible ser sirio y ser uruguayo: “Acá cada uno hace lo suyo sin que nadie lo moleste”. Y ni siquiera hay esos problemas que hay en Europa: “Ahí tenés que escuchar música con auriculares en tu propia casa. Acá es distinto, la gente se saluda a los gritos en la calle. Somos más parecidos”, concluye.

Los sirios recién llegados por ahora están viviendo sus 15 minutos de fama: son estrellas mediáticas, a donde van hay cámaras y micrófonos y por alguna razón que tiene que ver con la identidad uruguaya, se los ve con una simpatía muy peculiar.

Ahmad no tiene ninguna duda de que saldrán adelante sin necesidad de perder su esencia: “Como me pasó a mí, ellos nunca estarán solos; siempre estarán en su casa”.
http://www.elobservador.com.uy/

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