miércoles, 11 de marzo de 2015

“México, nuestro pobre México”


Intelectuales y escritores analizan la crisis emocional y política de su país al hilo del histórico discurso de Fernando del Paso



Hablando a un muerto, Fernando del Paso ha golpeado la consciencia de los vivos. El escritor mexicano, a sus 79 años, puso a México en el alma de un discurso que va camino de hacer historia. Al recoger el Premio José Emilio Pacheco a la Excelencia Literaria, dirigió a su fallecido amigo y colega una elegía sobre la nación. El olvido de los indígenas, la barbarie criminal, la patria salvaje, la corrupción… Los males de una tierra enfrentada a sí misma emergieron en sus palabras. Amargas y crepusculares. “Estoy viejo y enfermo, pero no he perdido la lucidez: sé quién soy, quién fuiste y sé lo que estoy haciendo y lo que estoy diciendo. Lo único que no sé es en qué país estoy viviendo. Pero conozco el olor de la corrupción; dime José Emilio: ¿A qué horas, cuándo, permitimos que México se corrompiera hasta los huesos? ¿A qué hora nuestro país se deshizo en nuestras manos para ser víctima del crimen organizado, el narcotráfico y la violencia?”.
El lamento de un hombre en el ocaso de su vida rompió las barreras de un acto protocolario. La elegía se tornó viral y ha encendido la llama de un amplio debate. Seis destacados intelectuales y escritores analizan el discurso y ofrecen su visión del momento mexicano.
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Enrique Krauze. “Me conmueve el discurso de Fernando del Paso, uno de nuestros mayores novelistas. Su prosa, intensa y lúcida, sangra. Como nuestra historia. Su diálogo con José Emilio Pacheco es tan real que parece escrito desde la eternidad y para la eternidad. Tiene razón Fernando: México, nuestro pobre México”.
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Juan Villoro. "Fernando del Paso ha hecho el mejor homenaje posible a José Emilio Pacheco; ha recordado lo que vale la pena de este país y la catastrófica situación que nos rodea. Los referentes morales se han perdido y la clase política se ha sumido en el más absoluto cinismo. Los escándalos se han convertido en forma de la rutina y carecen de resonancia, y a la falta de explicaciones y soluciones en relación con Ayotzinapa se le llama verdad histórica. Fernando del Paso ha sido un espléndido comentarista de la realidad nacional, tanto en sus obras de ficción como en sus novelas. Una vez más nos ha servido de elevado ejemplo”.
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Guadalupe Nettel. “Del Paso tiene razón en decir que México se corrompió hasta los huesos, en denunciar la tortura, el racismo, la violencia, el narcotráfico, la destrucción del medio ambiente y, sobre todo, la falta absoluta de un proyecto de país que nos considere a todos. La vergüenza que expresa es justificada y todos deberíamos sentirla, pues lo que sucede en México no es obra únicamente de quienes ejercen el poder, sino también de quienes permitimos que lo hagan de esa forma. La impunidad es culpa de todos, la cara oscura de Fuenteovejuna. Me parece que sentir vergüenza, en casos como éste, es algo positivo: implica asumir nuestra responsabilidad y, si no nos dejamos abatir por la culpa o por la impotencia, puede constituir un motor para hacer que las cosas mejoren”.
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Emiliano Monge. “El gran problema de México, aquél del que abrevan todos los demás: pobreza, desigualdad, impunidad, violencia, etcétera, es que no hemos sabido nunca responder la pregunta fundamental que se hacen los colectivos, desde la familia hasta la nación: ¿qué chingados somos? México se está desmoronando desde su nacimiento y haber negado esta realidad es una de las causas fundamentales de lo que sucede hoy en día: lo que se desmoronó se está descomponiendo. Y todos los que no queríamos sentirnos culpables del desmoronamiento no podemos sino aceptar que somos culpables de la descomposición”.
“Nuestra intelectualidad, incluso aquella que se ha pretendido siempre crítica, vive en un globo aerostático desde el cual mira los valles, las montañas y las regiones que, claro, desde la altura lucen transparentes. Lo más duro del discurso de Del Paso es precisamente que se trata de esto y que lo asume con coraje: por eso, en sus palabras, la culpa tiene mayor peso que la denuncia. Y por eso parece una pieza crepuscular y una pieza de desengaño: porque está llena de vergüenza. De vergüenza pero también de valentía y de esperanza. Abran los ojos que yo no supe abrir del todo, parece decirnos Del Paso. Su discurso es un transplante de córneas”.
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Laia Jufresa. “Todos daríamos cualquier cosa por un país más seguro y justo, donde no reinara la impunidad y donde la clase social no determinara tan absolutamente los destinos. “Coincido, por supuesto, en el dolor y en la enorme frustración. Coincido un poco menos en la nostalgia. Quizás simplemente no me tocó el México de "toda la vida por delante y toda la patria también". O al menos no lo viví así. Es triste decirlo. Pero yo crecí yendo con mi madre a pueblos perdidos donde, para hacer su trabajo (educar a las mujeres sobre deshidratación oral, segunda causa de mortalidad infantil en ese entonces), ella, una antropóloga chilanga, tenía que andar con pistola. Y se entendía que había que defenderse no sólo de maleantes sino también de caciques y autoridades, se entendía que eran lo mismo. Por suerte, nunca la tuvo que usar. Yo crecí con la impotencia como primer lazo al país, y asumí muy temprano que lo que importa es la gente, toda y en todos lados, no "la patria". Eso no significa que no me duela profundamente todo lo que está pasando en el país, en el que ya no vivo justamente porque no soporto vivir con lo que está pasando.
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Antonio Ortuño. “El discurso de Del Paso me parece valiente y acertado. Dice lo que varios sentimos: que se desmorona el suelo. Es un discurso de desesperación y dignidad”.

Extractos del discurso de del Paso

  • “Quiero decirte lo que tú ya sabes: que hoy también me duele hasta el alma que nuestra patria chica, nuestra patria suave, parece desmoronarse y volver a ser la patria mitotera, la patria revoltosa y salvaje de los libros de historia.
  • “Quiero decirte que a los casi ochenta años de edad me da pena aprender los nombres de los pueblos mexicanos que nunca aprendí en la escuela y que hoy me sé solo cuando en ellos ocurre una tremenda injusticia; sólo cuando en ellos corre la sangre: Chenalhó, Ayotzinapa, Tlatlaya, Petaquillas...¡Qué pena, sí, qué vergüenza que sólo aprendamos su nombre cuando pasan a nuestra historia como pueblos bañados por la tragedia!”
  • “¡Qué pena también, que aprendamos cuando estamos viejos que los rarámuris o los triques mazatecas, son los nombres de pueblos mexicanos que nunca nos habían contado, y que sólo conocimos por la vez primera cuando fueron víctimas de un abuso o de un despojo por parte de compañías extranjeras o por parte de nuestras propias autoridades!”
  • “Nunca como hoy día me pregunto qué hicimos, José Emilio, de nuestra patria, a qué horas y cuándo se nos escapó de las manos esa patria dulce que tanto trabajo les costó a otros construir y sostener. ¡Ay, José Emilio! Sí, dime cuándo empezamos a olvidar que la patria no es una posesión de unos cuantos, que la patria pertenece a todos sus hijos por igual, no sólo a aquellos que la cantamos y que estamos muy orgullosos de hacerlo: también a aquellos que la sufren en silencio”.
  • “Éramos jóvenes, sí, y teníamos una enorme responsabilidad que cumplir: la de cuidar el patrimonio que habíamos heredado y cuya integridad se ha visto amenazada tantas veces. Dime, José Emilio: ¿cumplimos? Hoy que el país sufre de tanta corrupción y crimen, ¿basta con la denuncia pasiva? ¿basta con contar y cantar los hechos para hacer triunfar la justicia? “.
  • “Lo que te puedo y quiero decir ahora es que estoy viejo y enfermo, pero no he perdido la lucidez: sé quién soy, quién fuiste y sé lo que estoy haciendo y lo que estoy diciendo. Lo único que no sé es en qué país estoy viviendo. Pero conozco el olor de la corrupción; dime José Emilio: ¿A qué horas, cuándo, permitimos que México se corrompiera hasta los huesos? ¿A qué hora nuestro país se deshizo en nuestras manos para ser víctima del crimen organizado, el narcotráfico y la violencia?”
  • “¡Ay, José Emilio! ¿Qué vamos a hacer, qué se puede hacer con veinte y tres mil desaparecidos en unos cuántos años? ¿O son veinte y tres mil cuarenta y dos? ¿Y cómo sabemos quienes son culpables? ¿O vamos a fabricar culpables por medio de la tortura, como es nuestra costumbre?”
  • “Creo que también es una vergüenza que tengamos que vivir muchos años para enterarnos de la existencia de más de sesenta lenguas en nuestro territorio, por ejemplo el wixárica o kickapoo, cada vez que el grupo indígena que habla una de esas lenguas, sea víctima de un despojo, de un ultraje a la sacralidad de su territorio, o cuando el río o los ríos que lo sustentan se vean contaminados por una empresa minera o por la irresponsabilidad de las autoridades, o por la fracturación salvaje en busca de petróleo o gas shale que amenaza con consumir millones de litros de sus reservas acuáticas

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